Durante ese primer encuentro lo que se dice con palabras parece no importar mucho. Lo mejor es ser un buen oyente, usar correctamente el lenguaje corporal y tener una apariencia física que resulte atractiva a la otra persona.
Las personas más atractivas tienen más probabilidades de salir bien paradas en una entrevista de trabajo o de ser absueltas en un juicio, debido a que existe la creencia generalizada de que los más atractivos son también mejores personas.
Es decir, a los que son guapos por fuera también se los considera «guapos» por dentro. Por otra parte, lo que pensamos de nosotros mismos ejerce una influencia en la imagen que damos a los demás.
Si piensas: «no soy más que un hombre sencillo a quien todos consideran un pobre ingenuo» es posible que des una impresión de hostilidad, si esa concepción que tienes de ti mismo te hace enfadar.
Y si piensas «soy sosa y aburrida y los demás no quieren saber nada de gente así» estarás esperando que los demás te ignoren y dando una impresión de desconfianza y distanciamiento.
Por tanto, los demás nos juzgarán de acuerdo a cómo nos juzguemos a nosotros mismos. Si pensamos que somos personas estupendas y encantadoras tenemos muchas probabilidades de que los demás estén de acuerdo con nosotros.
De este modo, una buena autoestima hará milagros en alguien poco atractivo, porque a pesar de la importancia que el físico parece tener en nuestra sociedad, la clave del éxito no está exactamente en él, sino más bien en el buen concepto que estas personas suelen tener de sí mismas y que les lleva a transmitir una imagen positiva a los demás.
Por tanto, aun siendo poco agraciado, basta con quererse y aceptarse para lograr transmitir una impresión tan buena como el más atractivo.
Fuente: Introducción al Estudio de la Comunicación de la U de Londres