Los rápidos adelantos tecnológicos logrados en los últimos 25 años en materia de transportes, comunicaciones y administración, han aumentado grandemente el tamaño de las corporaciones privadas. En el proceso, estas corporaciones se han transformado de empresas puramente nacionales a empresas multinacionales o mundiales. No sólo operan en diversos países, sino que también compran insumos a muchos países diferentes. Esta internacionalización de la producción se vuelve crecientemente dominante en las relaciones, económicas mundiales, hasta el punto de que estéis en revisión ampliamente los conceptos tradicionales de la naturaleza y los beneficios del comercio internacional.
Muchas corporaciones multinacionales han llegado a una etapa en la que su tamaño económico es mayor que el de muchos de los países donde operan. El surgimiento de estas corporaciones multinacionales como instituciones mundiales dominantes pone en peligro en muchos sentidos la existencia misma de los estados nacionales. En el pasado, las corporaciones multinacionales han tenido poder para imponer a los países necesitados los términos y las condiciones de sus operaciones. Por la tanto, su influencia económica sobre el resultado de las políticas de desarrollo nacional puede ser decisiva, para no mencionar su influencia política.
La transmisión de la inflación internacional y el impacto de las políticas internas de los países ricos El mundo se enfrentó a mediados de los años setenta a una espiral inflacionaria sin precedente en la historia moderna, en tiempos de paz. Aumentados anuales de los precios pagados por los consumidores, de 10 a 15 por ciento fueron comunes en los países desarrollados y en los menos desarrollados. Esto contrastaba con las tasas históricas anteriores, que habían fluctuado en promedio entre 3 y 5 por ciento al año. La cuadruplicación de los precios internacionales del petróleo, impuesta por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), fue un factor importante de este fenómeno, pero las fuentes últimas de la inflación pueden encontrarse en las políticas económicas de los propios países desarrollados.
Sin embargo, cualquiera que haya sido el origen de estos aumentos de precios sin precedentes, subsiste el hecho de que quienes tienen menos capacidad para soportarlos los países menos desarrollados de África, Asia y América Latina son de ordinario los más afectados. A medida que se disparan los precios de sus importaciones de manufacturas, declinan sus ingresos reales. Pero el problema real es que, en países tan dependientes del comercio exterior y tan expuestos a las fluctuaciones de los precios internacionales, está muy limitado el conjunto real de elecciones de política económica que puedan tomarse para combatir esos efectos externos adversos. En efecto, los países del Tercer Mundo dependen de la capacidad de los países desarrollados para controlar su propia espiral inflacionaria antes de que pueda preverse algún alivio.
El problema se complica además por el hecho de que, al tratar de controlar la inflación, los países desarrollados necesitan adoptar a menudo algunas políticas directa e indirectamente perjudiciales para el bienestar económico de los países pobres. Los controles arancelarios y no arancelarios de las importaciones para la protección de trabajadores y productores nacionales, las reducciones de la asistencia financiera y técnica al extranjero, y una política general de austeridad económica, tienen repercusiones económicas mundiales que vuelven aún más inciertas las posiciones precarias de muchos países en desarrollo. En consecuencia, un número mucho mayor de habitantes de los países menos desarrollados puede ver empeorada su situación a consecuencia del mejoramiento de las condiciones económicas del número relativamente menor de habitantes de los países ricos.
En consecuencia, muchos observadores afirman que el bienestar de muchos países del Tercer Mundo, y aun su viabilidad económica, dependen en gran medida de las políticas económicas seguidas por los países desarrollados en sus esfuerzos por mejorar el bienestar de su propio pueblo. Por supuesto, no se da la situación contraria.