Al menos hipotéticamente, la palabra signo, a través del latín signum, viene del étimo griego secnom raíz del verbo «cortar», «extraer una parte de» (en aquel idioma) y que dio en español, por ejemplo, sección, seccionar, sectario, secta y, posiblemente, siglo y sigla. Del derivado latino son numerosas, y expresivas, las palabras que surgieron en nuestra lengua: señal, signo, seña, insignia, insigne, designio, diseño, significar, etc.
La raíz primitiva parece indicar que «signo» sería algo que debía de referirse a una cosa mayor, de la cual había sido extraído: una hoja con relación a un árbol, un diente con relación a un animal, etc. En esta acepción, «signo» presentaría un estrecho vínculo con dos de las más usuales dentro de las llamadas figuras de retórica: la metonimia (por la cual se designa un objeto por una palabra designativa de otro: «Diez velas surcaban la bahía») y sinécdoque (por la cual se emplea la parte por el todo. o el todo por la parte etc.: «Se posaron en mí dos ojos maravillosos»). Claro que las figuras de retórica son aplicables también a los lenguajes no-verbales: en la publicidad, en la danza, en la decoración, en el cine, en la televisión, etc.
Pero lo que me parece tentador son las relaciones que se pueden establecer entre diseño, designio (tan patentes en la palabra inglesa design) y significado, pues esas relaciones parecen confluir hacia el entendimiento ‘de’«signo» como «proyecto significante», como «proyecto enderezado a un fin significante».
Consideremos, por ejemplo, en el campo del diseño industrial, el prototipo como signo (diseño, propósito, significación), para comprobar que no es arbitrario extender al mundo de los productos industrializados la visión del lenguaje, tanto más cuanto que diseño, propósito y significación pueden emparejarse, por este orden, a los niveles sintáctico, semántico y pragmático del signo, cuya explanación veremos inmediatamente.
Fuente: Modelos y Teorías de la Comunicación de la U de Londres