El desarrollo del proceso de industrialización contemporáneo ha descansado de forma prioritaria sobre el consumo masivo de productos minerales y energéticos. Ambos constituyen sin duda una de las bases esenciales para el normal funcionamiento de la actividad transformadora, que recaba para sí volúmenes crecientes de bienes primarios en condiciones óptimas de rentabilidad, adecuándose asimismo a su constante perfeccionamiento tecnológico y a los proyectos de diversificación productiva, de acuerdo con las orientaciones y exigencias de la demanda. Todo ello sienta los fundamentos de una dinámica orientada al aprovechamiento intensivo de la riqueza geológica en aquellos espacios donde es posible disponer al mismo tiempo de unas reservas importantes y de un marco legal idóneo para su explotación a gran escala.
Y éste es; en esencia, el contexto global que permite comprender el excepcional relieve adquirido por la actividad extractiva en los países del Tercer Mundo. En los momentos actuales, el espacio subdesarrollado contribuye al panorama minero mundial en proporciones de gran entidad: con un porcentaje superior a la tercera parte en mineral de hierro, cobre y fosfatos, alcanza, sin embargo, umbrales mucho más altos en aquellos metales plenamente identificados con la modernización actual del sector metalúrgico, como es el caso del estaño, de los ligeros (bauxita y titanio) y especialmente de los metales de aleación (cromo, cobalto, manganeso, colombita, tantalio o tungsteno), donde se registran niveles de participación superiores al 80 e incluso 90%. Es decir, una reserva geológica muy diversificada y en estrecha conexión con los avances y necesidades de la industria moderna.
Paralelamente, resulta obvia su dimensión en el campo de las fuentes de energía, merced al protagonismo de las cuencas petrolíferas ubicadas en Oriente Medio, poseedoras del 65% de las reservas probadas y de una capacidad de producción equivalen te a la tercera parte del conjunto mundial. Protagonismo reforzado con el descubrimiento y puesta en explotación de nuevos depósitos en la fachada occidental de África, de América Latina (México y Ecuador) y del extremo oriental de Asia (China e Indonesia). A ello cabría añadir, por último, la valoración de las reservas uraníferas en África Aural y en las plataformas sudamericana e indostánica, que cubren aproximadamente el 35% de las evaluadas en el mundo capitalista.
Ahora bien, esta importancia indudable de los recursos geológicos desde una óptica más amplia, que valore el significado real del aprovechamiento minero en el Tercer Mundo a partir de su trayectoria y de sus fines esenciales.
Se trata, en efecto, de un aprovechamiento vinculado a los mecanismos de intercambio establecidos entre las áreas consumidoras, deficitarias en materias primas e hidrocarburos, y los espacios de producción, a través de un sistema de relaciones de dependencia permanente, concebidas en función de un objetivo básico: garantizar un suministro continuado en las mejores condiciones de estabilidad y rentabilidad. Así se explica la potenciación reciente de las economías mineras en los países subdesarrollados, de acuerdo con los principios inherentes a la división internacional de la producción y en unos momentos a partir de la II Guerra Mundial que coinciden además con el impulso de la actividad industrial en Europa Occidental y Japón, y con las medidas de protección a la minería llevadas a cabo en Estados Unidos. Un proceso que además vienen coadyuvando por el abaratamiento del transporte marítimo y por los avances en la investigación técnica y geológica, que posibilitan una verificación y explotación más completas de las riquezas efectivas existentes en el subsuelo de numerosos países tercermundistas.
De este modo tiene lugar la progresiva inserción de los productores en el modelo de crecimiento impuesto por los centros industrializados, capaces de elaborar una estrategia de utilización global, que se resume en dos aspectos esencial es: por un lado, el aprovechamiento selectivo de las reservas, centrado en enclaves de gran riqueza, heredados en muchos casos del período colonial; y, por otro, el estímulo a la atomización geográfica de las áreas extractivas incluyendo los “espacios de reserva” para evitar la concentración de un producto en un reducido número de países.