Teoría de la evolución

Introducción

A lo largo de la historia ha sido siempre obvio, para la mayoría de las personas, que la gran diversidad de la vida, la increíble perfección con la que están dotados los organismos vivos para sobrevivir y multiplicarse, y la desconcertante complejidad de las estructuras vitales, solo pueden ser obra de la creación divina. No obstante, una y otra vez han existido pensadores aislados que creían que debía haber una alternativa a la creación sobrenatural.

En la antigua Grecia existía la noción de que las especies se transformaban en otras especies. Esta creencia quedó arrinconada hasta que en el siglo XVIII fue retomada por pensadores progresistas como Pierre de Maupertuis, Erasmus Darwin y Jean Baptiste de Lamarck. En la primera mitad del siglo XIX, esta idea se hizo habitual en los círculos intelectuales, en especial en los de temas geológicos, aunque siempre de forma vaga y sin que existiera una visión clara del mecanismo que podía originar estas modificaciones.

Fue Charles Darwin (nieto de Erasmus) quien, incitado por la publicación del descubrimiento de Alfred Russel Wallace de su principio de la selección natural, estableció finalmente la teoría de la evolución a través de la publicación: El origen de las especies por medio de la selección natural en 1859, conocido por lo general como El origen de las especies. A partir de 1859 fue difícil dudar que todas las especies vivas, incluida la nuestra, habían evolucionado de otras.

La biología molecular moderna hace que resulte difícil dudar que el origen de todas las especies puede remontarse a un antecesor común único, que todas las formas de vida conocidas comparten el mismo código genético y que es muy improbable que hubieran podido dar con ello de forma independiente.

Pensamiento de Lamarck

El primer científico moderno que elaboró una teoría de la evolución fue el francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829). Como más tarde haría Darwin, sugirió que todas las especies, incluso la humana, provienen de otras.
Lamarck se interesaba por los organismos unicelulares y los invertebrados.

De acuerdo con su hipótesis, la evolución es producto de dos fuerzas combinadas: las características adquiridas, que en su opinión pueden ser transmitidas de padres a hijos, y la existencia de un principio creador universal, que hace que las especies alcancen cada vez mayor complejidad en su evolución.

En relación con la primera de esas fuerzas, Lamarck sostenía que los órganos de un individuo se robustecen o se debilitan, según se haga uso asiduo de ellos o no; pero además, creía que esas características de un individuo en particular pueden ser transmitidas a su descendencia. Junto con ese motor de la evolución existía un principio creador universal, que era el que, según Lamarck, llevaba a las especies a alcanzar cada vez mayor complejidad.

Darwinismo

Darwin conocía algunas pruebas fósiles y las utilizó para demostrar el hecho de la evolución, aun cuando los geólogos de su época no fueron capaces de adjudicar fechas exactas a dichos fósiles. En 1862, el eminente físico lord Kelvin inquietó a Darwin al demostrar en su calidad de autoridad, y hoy sabemos que se equivocó, que el Sol y, por tanto, la Tierra, no podía tener una antigüedad superior a 24 millones de años. Aunque esta estimación era mucho más acertada que la fecha de 4004 a.C. que en aquel entonces apoyaba la Iglesia para la creación, no concedía el tiempo suficiente que necesitaba la evolución que Darwin proponía.
Kelvin utilizó esta estimación y su inmenso prestigio científico como herramientas en contra de la teoría de la evolución. Su error estaba basado en la presunción de que el Sol liberaba calor mediante combustión, en lugar de por fusión nuclear, algo difícil de saber en aquella época.

Además de los fósiles, Darwin utilizó otra prueba menos directa, aunque en muchos sentidos más convincente, para demostrar el hecho de que la evolución había tenido lugar. Las modificaciones que habían sufrido los animales y plantas domesticados eran una prueba persuasiva de que las variaciones evolutivas eran posibles y de la eficacia del equivalente artificial del mecanismo de evolución propuesto por Darwin, la selección natural. Por ejemplo, la existencia de razas locales aisladas tiene una explicación fácil en la teoría de la evolución; la teoría de la creación solo podría explicarlas si se asumen numerosos “focos de creación” esparcidos por toda la superficie terrestre.

De acuerdo con las teorías de la evolución, estos órganos, como los diminutos huesos de miembros ocultos de las ballenas, son un remanente de los miembros o patas que utilizaban para caminar sus antecesores terrestres. Su explicación plantea problemas a la teoría de la creación. Las pruebas moleculares modernas han contribuido a demostrar la teoría de la evolución más allá de las ideas más extravagantes de Darwin, y el proceso de la evolución tiene tantas garantías de seguridad como cualquier ciencia.

Evolucionistas anteriores como el abuelo de Darwin, Erasmus, se habían inclinado hacia una teoría alternativa del mecanismo de la evolución, asociada en la actualidad, por lo general, al nombre de Lamarck. Esta enunciaba que las mejoras adquiridas durante la vida de un organismo, como el crecimiento de los órganos con el uso y su atrofia con el desuso, eran hereditarias. Esta teoría de la herencia de las características adquiridas tiene un atractivo emotivo (por ejemplo, para George Bernard Shaw en su prólogo a Volviendo a Matusalén), aunque la evidencia no la apoya, ni es teóricamente convincente. Incluso si la información genética pudiera de alguna manera viajar hacia atrás desde los cuerpos celulares al material hereditario, es casi inconcebible que el desarrollo embrionario pudiera invertirse de forma que las mejoras adquiridas durante la vida de un animal se codificaran de nuevo en sus genes.

En esta teoría, los descendientes no solo tienen un carácter y apariencia intermedia, producto de la combinación de la de sus padres, sino que los factores hereditarios que transmiten a su propia descendencia son así mismo combinaciones intermedias debido a que se produce una inextricable fusión. Se puede demostrar que si la herencia es de tipo combinada es casi imposible que la selección natural darwiniana actúe, ya que la variación disponible se divide a la mitad en cada generación.

La solución al problema que tanto inquietó a Darwin descansa en la teoría de la herencia particular desarrollada por Johann Mendel y publicada en 1865, pero que desafortunadamente no fue leída por Darwin, ni prácticamente por nadie, hasta después de su muerte.

La adaptación de las especies

De acuerdo con la teoría de Darwin, las especies se modifican por la selección natural, pero no según el proceso imaginado por Lamarck: no es que la jirafa tenga el cuello inusitadamente largo porque se alimenta de hojas y ramas de árboles, sino que la selección natural ha actuado, a través de las generaciones, favoreciendo a los individuos con cuellos más largos.

En tiempos muy remotos, los antecesores de las actuales jirafas eran animales de cuello relativamente corto, con las habituales diferencias mínimas entre distintos individuos. Ante la posibilidad de alimentarse con ramas, constituía cierta ventaja tener el cuello un poco más largo de lo normal. Así, los animales con esas características vivían más, comían mejor, se apareaban más veces y transmitían a su descendencia sus principales características físicas, entre ellas, la tendencia al cuello largo.

Pruebas de evolución

Darwin llegó a la conclusión de que la selección opera no solamente en el tiempo, sino también en el espacio. Cuando individuos animales o vegetales de una determinada especie se apartan del tronco común y quedan aislados durante suficiente tiempo (por ejemplo, por el surgimiento de una barrera natural, como el nuevo cauce de un río), desarrollarán características específicas que harán surgir una subespecie, diferenciada de la primera.

Son muchos los ejemplos de adaptación al medio que apoyan la teoría darwiniana de la selección natural. Uno muy característico es el color de los animales. En la vida de los animales silvestres predominan los colores apagados, pardos, pardo-rojizos o grises. Sin embargo, muchos animales muestran sorprendentes adaptaciones, que en los vertebrados se deben fundamentalmente a la presencia de una sustancia llamada melanina, que se encuentran en las células de piel, pelos y plumas. Los osos polares y otros animales de zonas frías se mimetizan con el medio externo -terrenos helados o nevados- en el que viven. En las sabanas africanas, las rayas de las cebras y las manchas de las jirafas sirven para disimular su presencia, porque a la distancia su pelaje se confunde con los matices de colores de esos terrenos.

La estructura de la piel responde por lo general a una función. Las escamas de los reptiles sirven para protegerlos contra el desgaste mecánico, muy intenso en estos animales por su roce constante con el suelo. Además, evitan la pérdida de agua corporal. El plumaje de las aves y el pelaje de los mamíferos cumplen también función de protección contra los agentes atmosféricos, y les permiten conservar una temperatura corporal constante.

Neodarwinismo

Los estudios de Mendel, retomados a finales del siglo, demostraron lo que Darwin insinuó vagamente en cierta época, que la herencia es particular, no combinada. Sean o no los descendientes formas intermedias entre sus dos padres, heredan y transmiten partículas hereditarias separadas, que hoy en día denominamos genes. Un individuo hereda o no un gen específico de uno de sus padres. Esto mismo puede aplicarse a los padres; por tanto, un individuo puede también heredar o no un gen específico de uno de sus abuelos.
Cada uno de sus genes procede de uno de sus abuelos y, antes de ello, de uno particular de sus bisabuelos. Este argumento puede ser aplicado repetidamente a un número indefinido de generaciones. Los genes únicos y separados se distribuyen de forma independiente a través de las generaciones como las cartas en una baraja, en lugar de combinarse como los ingredientes de un puré.