En el sistema de relaciones de dependencia establecido entre los países “centrales” y los “periféricos” desempeñan un papel decisivo toda la serie de mecanismos destinados al aprovechamiento y utilización del a riqueza ecológica existente en el ámbito tropical. En este sentido, el proceso de transformación experimentado en el sector agrario coincide con una nueva etapa en la intensificación de la productividad en aquellos otros elementos del complejo natural, plenamente vinculados también a la presión de la demanda ejercida por los países industriales. Es, en definitiva, lo que sucede en el caso de la explotación forestal y de la actividad pesquera.
Las posibilidades económicas de la cobertura arbórea en el dominio tropical húmedo (dominio de rain forest) están obviamente relacionadas con su propia dimensión superficial. El espacio arbolado ocupa una extensión próxima a los 2000 millones de hectáreas, donde se concentra una variada tipología de especies cerca de setecientas en África ecuatorial-, que configuran una biomasa vegetal bien estructurada dentro de un perfecto equilibrio interno.
Sin embargo, valorada históricamente, aparece como una mancha en regresión, al observar que desde comienzos del siglo XIX hasta nuestros días ha sufrido, según la FAO, una disminución equivalente a los mil millones de hectáreas, convertidas así en terrenos improductivos y de escaso valor económico. En parte, est a reducción obedece a los efectos derivados de la agricultura itinerante pero, sobre todo, debe ir asociada a la desnaturalización introducida en el seno del bosque por las técnicas de explotación forestal, que constituye de hecho la forma de aprovechamiento más generalizada y a mayor escala.
Y es que, en efecto, la exportación de madera de gran calidad adquiere un impulso sensible a partir de los años sesenta, en virtud del incremento de la demanda industrial y, asimismo, en consonancia con los avances registrados en las técnicas de deforestación y con el abaratamiento de los costos de transporte, que propician una penetración en el bosque tropical con un nivel de intensidad hasta entonces desconocido. De este modo, se acentúa un tipo de explotación irracional, basada en el sistema de concesiones a compañías extranjeras, que practican una tala selectiva de las especies y árboles con mayor calor comercial, a expensas de una infrautilización de las posibilidades reales ofrecidas por la biomasa.
Pero lo más grave es que este sistema resulta negativo a todos los niveles. En el aspecto económico, acentúa la dependencia comercial a medida que las ventas al exterior de madera en bruto son ampliamente rebasadas por la adquisición de productos industriales (papel, cartón, celulosa, -etc.), elaborados con su propia materia prima. Y, desde el punto de vista ecológico, las técnicas utilizadas provocan la ruptura del equilibrio del bosque y la pérdida de su calidad interna, en vano compensada por los programas de reforestación, cuyos resultados son por lo general mediocres e insuficientes.
Rasgos similares, aunque con matices importantes, ofrecen las formas de aprovechamiento de la riqueza pesquera, considerada como otro de los grandes potenciales económicos del Tercer Mundo. En sus mares se localizan algunos de los principales bancos ictiológicos del planeta, en concreto a lo largo de la costa dé Sudamérica del Pacífico, del oeste de África y del Mar de la China, poseedores según estimaciones recientes de casi el 60% de las reservas mundiales de pescado, con un valor reforzado a medida que los bancos tradicionales del Norte del Atlántico y del Pacífico están plenamente explotados e incluso en vías de agotamiento.
No obstante, la contribución de los países subdesarrolla dos a la pesca mundial apenas alcanza la tercera parte de las capturas totales, y en muchos países bien dotados en este sentido se observa una utilización mínima de sus recursos marinos. La razón es obvia: carece de una infraestructura moderna, de los medios técnicos y financieros necesarios, y de una flota adecuada, capaz de competir con las grandes potencias pesqueras en unos momentos caracterizados por el auge de la pesca industrial, que opera con métodos muy evolucionados de tratamiento, conservación y comercialización, apoyándose sobre un complejo de navíos-fábrica, concebidos para el logro de la máxima productividad.
En este marco cabe preguntarse acerca de la efectividad real de los intentos de control que se derivan de la creación en 1976-77 de las Zonas de Exclusividad Económica (ZEE) sobre las 200 millas a partir de la costa, delimitadas por la mayor parte de los países tercermundistas con el fin de modificar el orden marítimo antiguo, que valora el espacio oceánico como un patrimonio común. De hecho, en estas regiones la aplicación del nuevo código del mar no ha reducido la importancia de las flotas extranjeras, cuya presencia se mantiene a través de la firma de acuerdos bilaterales o la realización de operaciones mixtas.