Dadas las circunstancias y los desafíos del mundo las políticas macroeconómicas sanas son una obligación del gobierno. Más aún: el gobierno que no es capaz de trabajar por una política macroeconómica sana es un gobierno que puede ser tachado de irresponsable. El tema de los equilibrios financieros, eso de respetar la política macroeconómica sana, suscita debates virulentos en la izquierda. Yo no sacralizo nada mucho menos el mercado. Lo defendía cuando entre los socialistas no estaba de moda defenderlo y ahora que está de moda confiar todo el mercado —salud, educación, pensiones, etc.- digo que el mercado no lo resuelve todo.
Pero me resisto, cuando discuto con mis compañeros de ideas a que critiquen políticas macroeconómicas sanas, discuto con ellos cuando se opone n a que los gobiernos ataquen la inflación y reduzcan el déficit. El presidente Clinton ha llegado por fin a un acuerdo con los republicanos para que en el año 2002 el presupuesto de Estados Unidos sea finalmente un presupuesto equilibrado, un presupuesto sin déficit. Ya no lo es en la propuesta que acaba de presentar. Ellos lo han decidido así, pero no es el único camino. Cada país debe encontrar su camino ¿Un déficit del 0% es el ideal? No necesariamente. ¿Un déficit de 3 % es una catástrofe? Puede serlo. Es una catástrofe si el país tiene una capacidad de ahorro interno de sólo 8 o 10 % porque entonces el 3 % de déficit no es financiable, se va acumulando como deuda interna y externa y acaba absorbiendo, para pagar, prácticamente la totalidad del ahorro. Pero un 3% de déficit en Singapur, que tiene más de un 50 % de ahorro interno, no es un problema.
Menos consideraciones hay que tener con el caso de la inflación que tantas veces ha sido adorada por la izquierda porque se pensaban que la lucha contra la inflación era enemiga de la lucha por el empleo. La lucha contra la inflación era enemiga de la lucha por el empleo. Bueno, se acabó la fiesta: aquel invento de la inflación con desarrollo de los años sesenta y principios setenta en Brasil fue un error histórico que no es repetible. La inflación es el impuesto más duro que puede haber sobre la pobreza, sobre las rentas bajas, sobre los salarios y sobre las pensiones.
La inflación, para el que tenga una renta de 100 000 dólares, no es un problema dramático, no porque no pierda valor su dinero. Lo pierde, pero, como parte lo tendrá consignado precisamente en dólares, perderá algo menos. La inflación es un drama para el que tiene una pequeña renta como pensionista o como trabajador, no para el que tiene una gran cantidad de dinero. Por eso, cuando uno contempla el esfuerzo de un gobierno, el que sea, por hacer una política macroeconómica sana, no debería criticar ese objetivo. Se puede discrepar en cuál es la mezcla de ingresos y de gastos que hay que hacer para que la economía sea sana y a la vez cumpla objetivos sociales. Pero no hay discusión posible , creo ‘en torno a la necesidad de una política económica que busque los equilibrios fundamentales de la macroeconomía como una condición indispensable de salud económica, de responsabilidad política y, finalmente, de eficacia en sus objetivos sociales.