Vivimos lo que todo mundo conoce como la globalización de la economía, un proceso de mundialización que tiene efectos que asustan a algunos sectores de la izquierda y también provocan reacciones hipernacionalistas de introversión ante el desafío de lo desconocido. La globalización no es un fenómeno nuevo. Ha sido siempre acompañada de una transformación en el sistema de comunicaciones entre los seres humanos y de nuevos descubrimientos que abren nuevas etapas en la historia. El mundo se hace redondo en el siglo XV cuando se encuentra el llamado Nuevo Mundo, en tantas cosas más antiguo que el Viejo. A partir de ese momento hay un proceso permanente de globalización y una incesante revolución tecnológica que afecta a todo. Llámese la revolución de la vela a la máquina de vapor, del transporte terrestre al transporte aéreo, del hilo telefónico a la comunicación inalámbrica, etcétera.
No obstante esa vieja historia, hoy se habla de globalización de una manera especial, porque está pasando algo que realmente produce una gran aceleración del proceso. No hablo sólo, ni fundamentalmente, de la mundialización en términos comerciales. Los crecimientos del comercio mundial son semejantes a los que se han vivido en otras épocas. Pero hay algunos movimientos espectacularmente nuevos. Por ejemplo, ahora vivimos la información en tiempo real. Sabemos lo que pasa en el mundo en tiempo real, sabemos lo que ocurre en cada sitio, y ese saber instantáneo o simultáneo, ese impacto de la revolución tecnológica, es lo que define un nuevo fenómeno de mundialización, junto a un cambio político trascendental: la liquidación de la política de bloques, el fin de la bipolaridad, todavía no sustituida por nada.
Ante la globalización hay reacciones negativas, incluso hay líderes políticos que quisieran volverle la espalda a los nuevos fenómenos mundiales de abandono de tierras, crisis políticas y económicas, etcétera. El problema es saber si somos capaces de limitar riesgos y aprovechar oportunidades, cada uno de nosotros y entre nosotros. Porque la globalización como un fenómeno no se puede negar ni excluir. La revolución tecnológica está acelerando este proceso no sólo inevitable sino creciente de globalización.