La guerra que enfrentó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con la República de Yugoslavia, abrió una nueva etapa en la historia de las relaciones internacionales. Llevó al surgimiento de un nuevo orden global. Sabíamos que la Guerra Fría terminó en noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín y que la posguerra finalizó en diciembre de 1991 con la desaparición de la URSS. Ahora sabemos que la crisis de Kosovo significó el fin de una década (1981-1991) de incertidumbres, de desórdenes y de titubeos en materia de política internacional y diseñó un marco nuevo para el siglo que comienza.
La globalización económica que encama, con creces, la dinámica dominante de nuestro tiempo, necesitaba ser completada por un proyecto estratégico global en materia de seguridad. El conflicto de Kosovo representó la ocasión de esbozar su diseño en grandes trazos. Esta primera guerra de la OTAN aparece en este sentido como efectivamente inaugural. Para la comunidad mundial ha representado un verdadero salto hacia lo desconocido. La entrada en un territorio inexplorado que nos reserva sin duda muchas sorpresas pero, al mismo tiempo numerosas trampas y peligros.
Causas. Tomando como pretexto las atrocidades cometidas en Kosovo por el régimen de Belgrado, la OTAN adelantó como causas del conflicto argumentos de orden humanitario, moral e incluso “civilizacional”, es “un combate por la civilización”, declaró por ejemplo el jefe de gobierno francés Lionel Jospin. La historia, la cultura y la política, causas de todos los conflictos desde las guerras púnicas, han ido adquiriendo con frecuencia dimensiones obsoletas. Y ello constituye una revolución, no solamente de orden militar, sino sencillamente de orden mental.
En nombre de la injerencia humanitaria, considerada como moralmente superior a todo, la OTAN no vaciló a la hora de transgredir dos de las premisas capitales en la política internacional: la soberanía de los Estados y el estatus de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Bajo el antiguo régimen, la soberanía residía en la persona del rey “por la gracia de Dios“. Bajo la influencia de los filósofos de Las Luces, las r evoluciones estadounidense y francesa (1776 y 1789) como luego todas las democracias, la situaron en el pueblo (“el principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación”, señala el artículo 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de agosto de 1 7 8 9 ) .
El principio de soberanía autoriza a un gobierno a regular sus conflictos internos en función de sus propias leyes, sin que nadie pueda inmiscuirse en los asuntos internos de un Estado. Este principio, con dos siglos de antigüedad fue el que se rompió en pedazos el pasado 2 4 de marzo de 1999. Algunos dicen, no sin razón: mejor, porque se han cometido demasiados abusos por parte de muchos estados en contra de sus propios ciudadanos al amparo de este principio que prohíbe a los demás Estados acudir en socorro de las víctimas. En el caso de Yugoslavia muchos consideran que a pesar de que Sloban Milosevic fue elegido formalmente por la vía democrática, ha sido un déspota, demás a de haber sido inculpado el 2 7 de mayo por el tribunal especial para juzgar los “crímenes de guerra” con sede en La Haya. Porque un déspota no extrae su legitimidad del pueblo, puesto que la soberanía de su Estado no es más que un artificio legal que le permite practicar la arbitrariedad. Dicha soberanía no merece ser respetada en modo alguno, menos aún si el déspota viola a los derechos humanos o comete crímenes contra la humanidad.
Hemos visto también recientemente cómo incluso decisiones soberanas (tomadas por el conjunto de las principales fuerzas políticas de derecha y de izquierda) de un país incuestionablemente democrático como Chile y que afectaban a Augusto Pinochet, no se han respetado y no han conseguido evitar el arresto del anciano dictador en Londres y la demanda de extradición a España, donde podría ser juzgado por crímenes contra la humanidad.
Y la creación de un Tribunal Penal Internacional (de la que Estados Unidos sigue siendo hostil) tiene como objetivo juzgar a los autores de crímenes contra la humanidad, imprescriptibles, y con independencia de cualquier decisión legal adoptada por Estado soberano.
Más aún la globalización que elimina las fronteras homogeneiza las culturas y reduce las diferencias, pone igualmente en entredicho la soberanía de los Estados. ¿Dónde reside a partir de ahora la soberanía de un país? ¿Nos dirigimos hacia la instauración a escala mundial y bajo la égida de occidente de “soberanías limitadas” parecidas a las que trataron de instaurar en los años sesenta y setenta respecto de los Estados del campo socialista? La soberanía, que pasó de Dios a la nación, ¿residirá a partir de ahora en los individuos? Tras el Estado-nación ¿vamos hacia la aparición del Estado-individuo, en el que cada uno se sienta reconocido por las prerrogativas de los Estados? Indiscutiblemente, la globalización y su ideología, el ultraliberalismo, se acomodarían e incluso estimularían una transformación en ese sentido que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación convierten en técnicamente abordable.
En lo referente a la ONU, los bombardeos contra Yugoslavia fueron decididos por la OTAN sin que mediara el Consejo de Seguridad. Es la primera vez que se asiente, al margen de la ONU.
Numerosos indicios registrados desde el comienzo de la década de los noventa indican que Estados Unidos no deseaba ya que la ONU desempeñara su papel. De hecho, todo indica que Estados Unidos ya no se adapta a Naciones Unidas. En su situación actual de hegemonía no acepta ya verse condicionado por los procedimientos legalistas de la ONU. Y se percibe así que la existencia de éstos a lo largo de este siglo, bajo la forma primero de Sociedad de Naciones no se debía ya a un avance de la civilización , como se creía, sino simplemente de envergadura similar, ninguna de las cuales podía, al menos desde el punto de vista militar, dominar a las otras. Dicho equilibrio fue roto con la desaparición de la Unión Soviética y, por primera vez, después de dos siglos un país, una hiper-potencia domina el mundo de forma aplastante en las cinco esferas esenciales: política, económica, militar, tecnológica y cultural.
Este país no entiende por qué ha de compartir o limitar su hegemonía, cuando puede ejercerla plenamente sin que nadie pueda cuestionarla. Algunos dirigentes ecologistas intentan trabajosamente conciliar una actitud rabiosamente guerrera con su discurso sobre la protección del medio ambiente. Y comprobaron que la guerra en Yugoslavia, como cualquier guerra, representaba en sí misma una catástrofe ecológica; destrucción de refinerías de petróleo con el escape de nubes tóxicas; bombardeos sobre fábricas de productos químicos que contaminaron los cauces de los ríos y mataron la fauna; lanzamientos de bombas de grafito que expanden polvo cancerígeno; empleo de bombas radioactivas de uranio empobrecido, uso de bombas de fragmentación que siembran a las minas anti-personas; lastrado en el mar Adriático de bombas activadas que amenazaban a los pescadores, etcétera.
Otros se preguntan por qué, en nombre de la injerencia humanitaria, no interviene la OTAN en auxilio de la población de otros países. Por ejemplo en Sudán, en Sierra Leona, en Liberia, en Angola, en Timor Oriental, en Tíbet. Muchos comprueban también que el factor humanitario no escapa en ocasiones al principio de “dos pesos y dos medidas”. Por ejemplo, cuando se trata de Irak, Francia, Rusia y China, en nombre del factor humanitario son partidarios de un levantamiento del embargo decidido por Naciones Unidas, pero los otros dos miembros del Consejo de Seguridad –Estados Unidos y Reino Unido- se oponen sistemáticamente a esta medida, y ello a pesar de que ha causado ya directa o indirectamente la muerte de centenares de miles de civiles desde 1991.
Sobre el derecho de injerencia humanitaria, algunos subrayan que ésta no debiera ser sólo un derecho del más fuerte. Pero, ¿cómo podrían los más débiles hacer uso de éste? Sobre el derecho de injerencia humanitaria, algunos subrayan que ésta no debiera ser sólo un derecho del más fuerte. Pero, ¿cómo podrían los más débiles hacer uso de éste? ¿Podemos imaginar, por ejemplo, a cualquier país Africano que en nombre de este derecho de injerencia intervenga en algún estado norteamericano para proteger a los negros, víctimas de las violaciones de los derechos humanos? ¿ O a un país de África del Norte interviniendo en una nación europea en el que los migrantes magrebíes sean objeto de discriminaciones sistemáticas?
¿Y por qué no imaginar también, como hacen algunos, un derecho de injerencia social? ¿No es escandaloso que en el seno de la Unión europea existan 50 millones de pobres? ¿No se trata de una gran violación de los derechos humanos? ¿Podemos aceptar que a escala mundial una da cada dos personas vivan con menos de 1.40 de dólar por día? ¿O que mil millones de personas vivan en la pobreza extrema con menos de un dólar por día? Lo que se ha gastado diariamente la OTAN en el bombardeo a Yugoslavia (64 millones de dólares) permitiría alimentar a 77 millones de personas.
En lo que respecta a los motivos, las finalidades, los objetivos reales de esta guerra, la Unión Europea y Estados Unidos persiguen cada uno por su lado y por motivos diferentes propósitos muy precisos pero no difundidos públicamente. La Unión Europea la llevó a cabo por consideraciones estratégicas. Pero la importancia estratégica de una región ya no es lo que era. Antaño una zona era estratégicamente importante cuando su posesión aportaba una ventaja militar considerable (acceso al mar, a una vía navegable, un coto dominante, una frontera natural), permitía controlar riqueza decisivas (petróleo, gas, carbón, hierro, agua, etcétera) o rutas comerciales vitales (estrechos, canales, puertos, valles, etcétera).
En la época de los satélites, de la globalización y de al “nueva economía” basada en las tecnologías de la información, esta concepción de la importancia estratégica ha sido ampliamente superada. Su posesión no aportaría a la potencia ocupante ni ventaja militar, ni riqueza decisiva, ni control de una ruta comercial vital.
¿Dónde reside a partir de ahora, para una entidad opulenta como la Unión Europea, la importancia estratégica de un territorio? Esencialmente en su capacidad para exportar conflictos: caos político, inseguridad crónica, emigración clandestina, delincuencia, mafias ligadas a la droga, etc. Desde este punto de vista para Europa tiene dos regiones que presentan una importancia estratégica de primer orden tras la caída del muro de Berlín. El Magreb y los Balcanes.
La crisis del Kosovo le dio a Estados Unidos la posibilidad de aplicar el nuevo concepto estratégico de la OTAN, algunas semanas antes de su adopción oficial por parte de Washington, el 25 de abril de 1999. El resultado no fue el que se buscaba. Transcurridos dos meses sin que la Alianza culminase sus objetivos, algunos oficiales norteamericanos se preguntaron si a fin de cuentas no hubiera sido más eficaz intervenir bajo el mandato de Naciones Unidas que en el marco de la OTAN, con las complicaciones que imponían las consultas permanentes a los 19 gobiernos europeos.
Más fácil aún hubiera sido para Estados Unidos actuar de forma unilateral. Su supremacía militar se lo permitía, para imponer, bajo el imperio del mercado, el nuevo orden global. ¿No es esto sorprendente? No, Estados unidos siendo el único país con intereses globales, es el líder natural de la comunidad internacional.