Todo triunfo en la política obedece a una mayoría, y rarísima vez, si es que se ha dado el caso, a una unanimidad, pues sobre las cosas temporales, como obedientes que son a circunstancias y pareceres relativos, hay muchos puntos de vista diferentes y aun encontrados. Las mejores soluciones absolutas no son propias del político sino del filósofo, que construye utopías a diario.
El político no hace sino luchar diariamente para poder acomodarse a la coyuntura en que debe vivir; imaginar soluciones inmediatas para crisis imprevistas; prever a corto y a mediano plazo a sabiendas de que sus planes serán entorpecidos por agentes imprevistos. Los programas de gobierno que presentan el político están ungidos de partidismo, tiene que hacer propuestas relativamente más llamativas que las de su oponente y de acuerdo con los trazos del partido a que pertenece.
Las interpretaciones de la coyuntura hechas por el político siempre encontrarán legítimos contradictores en las personas que están analizando la misma coyuntura, pero desde intereses diferentes: sean ellos económicos, sociales, ideológicos, clasistas, religiosos, o lo que se quiera.
De ahí el carácter de temporalidad de la política y su relatividad.