Una de las posturas activas con respecto a la existencia y reconocimiento de la diversidad individual, grupal y cultural, del derecho a la diferencia y la promoción de espacios comunes para el diálogo y la solidaridad es la detección de ruidos interculturales en el proceso de comunicación de masas y nos atrevemos a considerarlo necesario para la formación en un periodismo intercultural o, simplemente, pluralista, que defiende la diversidad dentro de la igualdad de derechos y oportunidades.
El pluralismo comunicativo consiste en cuestionar barreras que se han levantado entre «nosotros» y «ellos».
El sexismo, el etnocentrismo, y la xenofobia son tres situaciones de radical incomunicación, variaciones de un concepto estremecedor: racismo «Toda distinción, exclusión, restricción o preferencia, basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública» (Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial ONU. Diciembre 1965).
Treinta años después, en el año de la tolerancia todavía encontramos distintas formas de marcar la desigualdad, la incomprensión o la representación distorsionada.
Como señala Lucas, hay diversas modalidades de racismo: el adicional, que se produce como conjunción de las primeras manifestaciones del factor de alarma social y el mecanismo de identificacion física (racial) de la diferencia; el concurrente o de competencia que tiene como motor la defensa del control simbólico y material sobre el territorio y las fuentes de riqueza(es evidente que el inmigrante sobre todo el del Tercer Mundo se dedica a la venta ambulante no representa una amenaza real, sino únicamente simbólica) y el racismo cultural o etnocentrismo, también llamado diferencial, se basa en la afirmación de la superioridad de la propia cultura, tradición, estilo de vida con el correlativo rechazo del ajeno, a través de mecanismos de estigmatización.
Asunción Lande define la cultura como un sistema de símbolos compartidos creados por un grupo de gente para permitirles manejar su medio ambiente físico, psicológico y social y relaciona las principales variables que inciden en un acto comunicativo:códigos lingüísticos(las barreras lingüísticas); códigos no verbales(gestos, expresiones faciales, el silencio…);»concepción del mundo» ( valores creencias y actitudes); «rol», edad, sexo, situación social, parentesco, poder, riqueza y conocimiento. Las divisiones jerárquicas de estatus y las divisiones horizontales de exclusión e inclusión son también afectadas por las diferencias culturales. Incluso el «patrón o modelo de pensamiento» puede influir en el análisis de la información que proviene de las impresiones y experiencias en la vida diaria.
¿Cuando se produce un ruido intercultural? Cuando no percibimos al otro tal y como es, contextualizado con su identidad cultural e intentamos imponerle nuestras ideas, creencias, valores, actitudes, pautas de comportamiento, lengua…es decir distorsionamos variables que constituyen su ser-en-el-mundo.
Si procesamos con este criterio el discurso periodístico vemos que en la construcción y relato de «los diferentes» aparece un amplio abanico de etiquetas, tópicos, estereotipos, asociaciones negativas en la medida que no coinciden con el patrón cultural dominante. Los ruidos interculturales no son sólo una cuestión cuantitativa, ni exclusivamente referida a la raza sino de minusvaloración, desprecio o rechazo a la mujer, al inmigrante, al viejo, al discapacitado, al judío, al negro, al enfermo de SIDA, al homosexual o al gitano…El ruido aumenta en ocasiones cuando se cruzan variables como raza, género y clase social..
La diferencia se transforma en ruido cuando implica desigualdad, desequilibrio, incomprensión, pero sobre todo cuando simplifica, deforma o anula al otro.
Las distorsiones en una interacción comunicativa pueden ser por estiramiento, por niebla o por espejismo. Así, en el primer caso hay falta de habilidad por desconocimiento por parte del informador; en el segundo, confusión al mezclar datos y en el tercero, se presenta un acontecimiento como se quiere que sea.
En esta última distorsión podemos encontrar incluso estrategias desinformativas de maximización, minimización o cambiar el sentido del acontecimiento.
El paisaje urbano se convierte en espejo de la sociedad en la que vivimos: pintadas acusadoras ponen de manifiesto el rechazo que algunos sectores muestran hacia las minorías étnicas, religiosas o grupos de «riesgo». Negros, judíos, inmigrantes, enfermos de SIDA, drogadictos…son sometidos a mensajes vejatorios publicitados a través de ese gigantesco mural que es la ciudad.
La conversación, el lenguaje es también un indicador para conocer los emblemas, las etiquetas que se colocan a los grupos minoritarios.
Sexismo, racismo, aparentismo, antropocentrismo, canonismo son algunos de los patrones vigentes en el lenguaje, también la distorsión linguística se explicita en el dominio de los «capaces» sobre los incapaces, de los jóvenes sobre los ancianos o de los ricos sobre los pobres.
El debate sobre los excesos del «politicamente correcto» puede oscurecer el tema de fondo, no es una batalla meramente conceptual, sino que la nominación tiene connotaciones.
Desmond Morris al referirse al conflicto que surge entre supertribus diferentes dice que «ellos» son los que tienen extrañas costumbres, aspecto y lenguaje. Ahora bien, dentro de la supertribu, los diferentes subgrupos son reconocibles por diferencias en clase, edad, ocupación, hablar, vestir y comportarse.
Son estos emblemas temporales. Existe una situación distinta cuando un subgrupo posee características físicas distintas: piel oscura o amarilla, ojos oblicuos…Son automáticamente considerados como un subgrupo, aunque el resto de la supertribu sabe que estos emblemas no son deliberados pero cuando la agresión reprimida busca un objetivo allí están los portadores de emblemas. «No tarda en establecerse un círculo vicioso.
Si los portadores de emblemas son tratados, sin que medie culpa alguna por su parte, como un subgrupo hostil, pronto empezarán todos a comportarse como tal. Los sociólogos han denominado a esto una «profecía de autorrealización». Morris ilustra la negación, generalización y estigmatización con un ejemplo imaginario.
Fuente: Introducción al Estudio de la Comunicación de la U de Londres