La historia nos enseña que en toda comunidad se da diversidad de pareceres en cuanto a la concepción de la orientación que se debe dar a la comunidad. Este hecho está bien fundado porque en política no existen dogmas. Cada persona, cada fracción, cada partido, tiene su forma de enfocar, de concebir el bien común, de considerar lo que daña a la comunidad. De ahí que la política siempre se haya planteado en términos de lucha, de comprensión. En otras palabras, la unanimidad en la concepción de la política no parece posible. De ahí el natural pluralismo político, que en la práctica se traduce en los varios o muchos partidos que bregan dentro del mercado político por convencer a las mayorías para obtener el poder y la investidura.
De ahí que el ejercicio racionalizado de la política parece ser el sistema pluralista, tal como se practica en un sistema de democracia real y no solamente formal. Toda orientación política, toda dirección, tiene sus lados fuertes y sus lados débiles. Los unos privilegian lo positivo de la decisión, y en los otros resalta lo negativo.
Y esto porque la política es una actividad relacionada esencialmente con las circunstancias, con las coyunturas. Tanto es así que en la política se ha dado como criterio la regla de las mayorías y no la regla de la unanimidad, pues se sabe que toda decisión política, que toda orientación política les hará bien a unos y les hará daño a otros.