La historia entera de la sociedad podría construirse a partir de la lucha, el compromiso, las condiciones lentamente conseguidas y rápidamente desbaratadas que surgen entre la tendencia a fundirnos con nuestro grupo social y a destacar fuera de nuestra individualidad. Cada forma esencial de la vida en la historia de nuestra especie ha supuesto, en su propio ámbito, una manera peculiar de conjugar el interés por la permanencia, la unidad y la igualdad con el interés por la variación, la particularidad y la singularidad.
Uno de los aspectos se apoya, en la mayor parte de las ocasiones, en la tendencia psicológica a la imitación. La imitación podría caracterizarse como una herencia psicológica, como la extensión de la vida del grupo de la vida individual. Su seducción apoya en principio, en que nos permite actuar de manera adecuada y con sentido común aun en los casos en los que no hay nada personal y creativo por nuestra parte.
La imitación proporciona al individuo la seguridad de no encontrarse solo en la sociedad, al apoyarse en una forma común aceptada; y le da al individuo en el orden práctico la misma tranquilidad especial que nos da en orden teórico.
Cuando imitamos desviamos la responsabilidad por la acción que se trate; así la imitación libera al individuo de la aflicción de tener que elegir y le hace parecer como un producto de grupo. Sólo hay marco de modalidad; esto es, en un esquema de ruptura de progreso y de inhibición. En cualquier contexto cultural lo antiguo y lo moderno se alternan significativamente. Parece que la modernidad introduce simultáneamente un tiempo lineal, en el progreso técnico de la producción y de la historia y un tiempo cíclico siempre esperado, el de la moda.