Introducción
La ciencia, siempre se ha dirigido al descubrimiento de la verdad. Puede parecer, pues, sorprendente que se afirme que existen mitos en la ciencia, pero el hombre tiene una capacidad inagotable para crearlos y aferrarse a ellos. Aunque, si vamos a ser estrictos, las ideas a las que hace referencia este artículo no son propiamente mitos científicos, sino que han surgido en otras disciplinas situadas en su periferia, como la Historia o la Filosofía de la Ciencia.
El mito del progreso indefinido afirma que, una vez que hemos entrado en la era de la ciencia, el desarrollo científico no puede volver atrás. Los inventos y los descubrimientos se irán sucediendo a un ritmo siempre acelerado, por lo que la curva del desarrollo científico se aproximaría a una exponencial.
Origen de la ciencia
Los esfuerzos para sistematizar el conocimiento se remontan a los tiempos prehistóricos, como atestiguan los dibujos que los pueblos del paleolítico pintaban en las paredes de las cuevas, los datos numéricos grabados en hueso o piedra o los objetos fabricados por las civilizaciones del neolítico.
Los testimonios escritos más antiguos de investigaciones protocientíficas proceden de las culturas mesopotámicas, y corresponden a listas de observaciones astronómicas, sustancias químicas o síntomas de enfermedades además de numerosas tablas matemáticas inscritas en caracteres cuneiformes sobre tablillas de arcilla.
Otras tablillas que datan aproximadamente del 2000 a.C. demuestran que los babilonios conocían el teorema de Pitágoras, resolvían ecuaciones cuadráticas y habían desarrollado un sistema sexagesimal de medidas (basado en el número 60) del que se derivan las unidades modernas para tiempos y ángulos.
Roger Bacon
Roger Bacon, el gran genio del siglo XIII, se le prohibió durante años escribir una sola palabra si no quería tener problemas con las autoridades eclesiásticas. Quinientos años más tarde, los redactores de la gran Enciclopedia filosófica estuvieron bajo supervisión continua de la gendarmería francesa.
Cien años más tarde, en los púlpitos, se tildaba a Darwin de enemigo de la especie humana por cuestionarse la historia de la creación que aparecía en la Biblia. Incluso hoy, en algunos lugares, se sigue persiguiendo a quienes se aventuran por los caminos desconocidos del reino de la ciencia.
Los egipcios, babilonios, caldeos y griegos
Los egipcios, los babilonios, los caldeos, los griegos y los romanos hicieron las primeras contribuciones a la ciencia y la investigación científica. Pero las grandes migraciones del siglo IV destruyeron el mundo clásico en el Mediterráneo y la Iglesia cristiana, más interesada en la vida del alma que en la del cuerpo, consideraba que la ciencia era una manifestación de arrogancia humana que pretendía inmiscuirse en asuntos divinos, que pertenecían al reino de Dios, y que, por tanto, estaba relacionada con los siete pecados capitales.
Primeros científicos
Muchos de los primeros científicos vivieron en la pobreza, fueron despreciados y humillados. Habitaron en cuchitriles y murieron en mazmorras. No se atrevían a poner su nombre en la portada de sus libros, que no podían publicar en su tierra natal y enviaban a alguna imprenta secreta situada en Amsterdam o Haarlem. Estaban expuestos a la amarga enemistad de la Iglesia, católica o protestante, y se les dedicaban sermones interminable que conminaban a los parroquianos a la violencia en contra de aquellos «herejes».
Iban en busca de asilo. Se refugiaban en los Países Bajos, donde había un mayor espíritu de tolerancia. Allí las autoridades, aunque no veían buenos ojos las investigaciones científicas, no querían actuar contra la libertad de pensamiento. Así que el país se convirtió en refugio intelectual c1 filósofos, matemáticos y físicos franceses, ingleses y alemanes que llegaban en busca de un poco de tranquilidad y una bocanada de aire fresco.
Siglo XVII
En el siglo XVII, los científicos todavía se decantaban por el estudio por los cielos y la posición del planeta Tierra en el sistema solar. La Iglesia reprobaba aquella indecente excentricidad y Copérnico, que fue el primero en probar que en el centro del universo se hallaba el Sol y no la Tierra, no publicó sus trabajos hasta el día de su muerte.
Galileo pasó gran parte de su vida bajo supervisión de las autoridades eclesiásticas, pero aun así usó el telescopio y dejó a Isaac Newton gran cantidad de observaciones prácticas, que ayudaron enormemente al matemático inglés a fijarse en el interesante hábito que tienen los objetos de caer al suelo y le permitió estableció la ley de la gravitación universal.
Con aquel descubrimiento se interrumpió temporalmente el interés por los cielos y los científicos se centraron en el estudio de la Tierra. En la segunda mitad del siglo XVII, Anton van Leeuwenhoek inventó el microscopio y se pudo empezar a examinar los seres microscópicos responsables entre otras cosas, de tantas enfermedades. Gracias a aquel invento se sentaron las bases de la « bacteriología», que desde entonces ha liberado a la humanidad de muchas dolencias causadas por organismos diminutos.
El microscopio también posibilitó que los geólogos analizaran más detalladamente las rocas y los fósiles (plantas y animales prehistóricos petrificados) y llegaran a la conclusión de que la Tierra era mucho más antigua de lo que se decía en el libro del Génesis. En 1830, sir Charles Lyell publicó sus Principios de geología, donde negaba la creación bíblica y narraba la historia, mucho más apasionante, del desarrollo gradual del planeta.
Siglo XX
En el siglo XX se comprobó que las enfermedades que nuestros antepasados consideraban «actos de Dios» en realidad eran consecuencia de la ignorancia y la negligencia humanas. Al principio del siglo XX, todos los niños occidentales sabían que tenían que vigilar qué agua bebían para no contraerla fiebre tifoidea.
Pero tuvieron que pasar muchos años hasta que la gente entendiera que debía prevenir las infecciones. Actualmente pocas personas temen ir al dentista. Gracias a que conocemos los microbios que viven en nuestra boca y las maneras de combatirlos, ahora ya no tenemos tantas caries.